domingo, 27 de mayo de 2007

LO QUE DURA UN MOMENTO


Abre los ojos.
Mira.
Cierra los ojos.
Mira.
La nube ya no es igual, ni la piedra, ni tú.
Tienes un latido más.

Un latido menos.

martes, 22 de mayo de 2007

¿?

¿Qué es la inteligencia?


¿Cuándo una persona es más inteligente que otra?


¿Se puede discriminar a alguien por ser menos inteligente o saber menos?


¿Qué es más importante, saber mucho de un tema o poco de varios?

martes, 15 de mayo de 2007

Qué raro aquel día en el que nos descubrimos tan distintos.
Extraña cercanía desde entonces, esquivas nuestras miradas.
Qué pena no poder buscar otro sueño en otra parte.
Qué pena no esperar ni la esperanza.

viernes, 11 de mayo de 2007

"Un camino de mil millas comienza con un paso"
Benjamin Franklin

sábado, 5 de mayo de 2007

En cuanto científicos, sabemos que el color es puramente una cuestión de longitudes de onda de ciertas vibraciones etéricas, pero eso no parece haber difundido el sentimiento de que cuando los ojos reflejan una luz cercana a las 4.800 ondulaciones por segundo pueden provocar la composición de una rapsodia, mientras que cuando su reflejo alcanza las 5.300 ondulaciones por segundo toda inspiración poética o musical queda anulada. Aun no hemos llegado al nivel de los laputanos, quienes “para alabar, por ejemplo, la belleza de una mujer, o de otro animal, la describen en términos de rombos, círculos, paralelogramos, elipses, y otras figuras geométricas.” El materialista convencido de que todos los fenómenos se reducen a electrones, cuantos y demás entidades físicas controladas por medio de fórmulas matemáticas, muy probablemente piensa que su propia esposa es una ecuación diferencial particularmente elaborada, pero probablemente también sabe tener el suficiente tacto como para no hacer uso de esta opinión en la vida doméstica. Si sentimos como inadecuada o irrelevante en las relaciones personales ordinarias esa especie de disección científica, seguramente debe estar fuera de lugar también en la más personal de todas las relaciones, la del alma humana con el espíritu divino.
Estoy en el umbral, a punto de atravesar una puerta para entrar en una habitación. Es un asunto complicado. En primer lugar, tengo que empujar una atmósfera que ejerce sobre cada centímetro cuadrado de mi cuerpo una presión de más de dos kilos. Debo asegurarme de que al echar el pie voy a aterrizar sobre una plancha que viaja a más de treinta kilómetros por segundo alrededor del sol; una fracción de segundo antes o después, la plancha estaría alejada de mi varios kilómetros. Debo además cuidar de hacerlo colgado como estoy de un planeta redondo, que huye en el espacio en medio de un viento etérico que sopla a no se sabe cuántos kilómetros por segundo a través de todos los intersticios de mi cuerpo. La plancha, por otra parte, carece de toda solidez sustancial. Pisar encima de ella es como pisar encima de un enjambre de moscas. ¿No me deslizaré entre ellas? No, si pienso que puedo chocar con una de ellas, que me haga rebotar hacia arriba, y al caer encuentre otra que me haga lo mismo, y así sucesivamente. Puedo confiar en que el resultado final sea quedarme quieto sobre esa fluida, bordoneante plancha. Pero si, por desgracia, llego a deslizarme por el suelo abajo o salgo de pronto lanzado violentamente contra el techo, ello no habría constituido una violación de las leyes de la naturaleza, sino que habría sido tan sólo una rara coincidencia. Estas no son más que algunas de las dificultades menores. Tendría además tendría que considerar el tema cuatridimencionalmente, en cuanto que implica la intersección de mi línea mundana con la de la plancha. Luego, además, sería necesario determinar en qué dirección está creciendo la entropía del universo, al fin de asegurarme de que al pesar por el umbral de la habitación estoy realmente entrando y no saliendo de ella.
En verdad, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un científico atraviese una puerta. Aunque la puerta sea más grande que el portón de un granero o de una iglesia , lo más prudente que puede hacer es consentir en comportarse como un hombre ordinario, y entrar sin más, en vez de esperar a que todas las dificultades implicadas en una entrada realmente científica quedan resueltas.
Eddington